lunes, 6 de abril de 2009

¿Vamos al doctor?

Día soleado. Día que habrá de ser recordado por la medicina.
13 días del mes de marzo, año 1860. Nació Li, así lo llamaban, Herman Webster Mudget.
Su familia se distinguía por se de la más puritana creencia en la fe católica.

No hubo madre violadora ni alcoholica ni prostituta.
No hubo padre violador ni alcoholico ni prostituto.
Sólo lo obligaban a leer la biblia una hora durante la mañana, la tarde y la noche. Nada más...

"A él, desde chico le gustaron las mujeres" Eso dijo la abuelita de Li.

A los 18 años se casa con una ricachona llamada Clara Louering. Con la fortuna de Clara terminó sus estudios de medicina y se recibió en la universidad de Michigan.
Se comió la fortuna de la pobre Clara, eso fue lo primero.

Luego de dejar a su mujer en la ruina, se radica en Chicago con un consultorio muy precario para atender a sus pacientes.
El objetivo de él son las mujeres adineradas.

Alrededor del 1889 conoce a una viuda llamada Mery O`briens, heredera de varias farmacias. Mudget vio en ella una verdadera mujer. Se casó, y después la envenenó con un vaso de vino donde había puesto una medida de cianuro.
Se quedó con su fortuna.

La genialidad de Li
Su obra más perfecta fue un hotel que él diseñó y construyó. El motivo fue que en las grandes ferias de medicina, que se realizaban en Chicago, la mayor cantidad de las veces las mujeres eran el número más elevado de concurrentes. Gran atractivo para nuestro joven amante. La genialidad de Li consistió en armar un hotel que era realmente una trampa viviente: las habitaciones desembocaban en pasadizos secretos, en las paredes había mirillas para observar las acciones de sus víctimas, debajo de los pisos había una conexión eléctrica que le permitia verlas mediante un panel indicador, y así rastrearlas a sus futuras víctimas. Las tuberías contenían gas, esta disposición le permitía matar a sus víctimas sin moverse de su lugar.
Genial.

En 1893 la convención fue un exito. Li, que ahora se llamaba Doctor Holmes, llevó un buen número de muchachas hasta su hotel y les dijo que se hospedaran en él. Dio una fiesta y todos se emborracharon de lo lindo, salvo él.

Bienvenido a mi lado oscuro
El doctor Holmes tenía en sus instalaciones, los más refinados métodos de tortura: una máquina que hacía cosquillas en los pies, donde las víctimas morían de risa. Utilizaba mastines napolitanos a los que daba de comer una o dos mujeres semanales.

El trabajo que realizaba era extorsionar a las mujeres hasta que están firmaran pagares o cheques, o bien matarlas para quedarse con sus herencias.
Los cuerpos los tiraba en una pileta de ácido sulfúrico o los sumergía en cal viva.
Solía despellejar a las muchachas para luego experimentar con los cuerpos.

Cuando el dinero se acabó
Cuando la época de convenciones terminó y el dinero se fue acabando, Li, incendió el último piso del hotel y quiso cobrarle a la aseguradora el mismo suceso sin pensar que esta antes de pagar, llevaría a cabo una investigación.

Escapa hacia Texas.

El detective Geyer hace su papel.
Lo buscan pacientemente hasta que lo encuetran en una casilla. El paisaje es árido. El viento sopla desde el oeste. Una niña está recostada sobre la mesa de madera, otra en la cama. No tienen más de 10 años. Las dos están muertas pero él practica sexo oral con ambas. "Así no gritan" fue su respuesta.

Se le adjudican más de 200 víctimas.

Triste, final y solitario
7 de mayo de 1896. Día gris. Una llovizna corta el aire. En el patio hay poca gente: tres gendarmes, el detective Geyer, un ordenanzas, un cura y un juez. El juez levanta un acta dictándo que bajo el juicio a Herman Webster Mudget de 35 años, se lo declara culpable y condenado a muerte por el tribunal de Filadelfia.
Los gendarmes se alinean a no más de cinco metros de distancia, Mudget levanta la cabeza y los mira a los ojos. No es un anarquista pero está igual de orgulloso. Se arrodilla. El detective les dice a los gendarmes que se alejen unos metros más porque la sangre va a salpicarlos.
Cada uno de los tres gendarmes afina su mirilla. La respiración pausada de los tres se acompasa con la llovizna lenta e imperceptible.
El ordenanzas le hace firmar el acta al detective Geyer que sonríe cuando lo hace. La bandera de los Estados Unidos de norteamerica flamea. El detective sabe que hay muchos asesinos sueltos en esos tiempos pero que ahora hay uno menos.
El juez se santigua. El ordenanzas se pasa la mano por la cara sacándose el agua. Uno de los gendarmes tiembla, otro suspira y la cabeza de Mudget se le va de la mirilla. El tercero está tranquilo, sabe que por Dios y la santa patria deben limpiar la mugre de las calles.
El cura avanza y reza unas palabras a los fusiles. Mira a Mudget y hace una cruz.
Diez y cuarto de la mañana. La pared se mancha de sangre. La bandera flamea. El juez baja la cabeza. El detective prende un cigarro. Los tres gendarmes bajan los fusiles y se quedan parados.
El cura los absuelve.
Todos entran.

La llovizna moja el cuerpo de Mudget.

No había otra salida.

Próxima entrega: Erzsebet Bathory, alias "La condesa sangrienta"