Dormir.
O soñar.
O tener una pesadilla.
Todo eso.
Gunter giró a su derecha y quedó mirando al cielo. El ruido de la selva se le metía en las entrañas, como una mano invisible que presionaba sus tripas. Había soñado. En el sueño estaba muerto, bien muerto. Clavado en cada uno de sus extremos, rendido ante los matadores, es decir, los tres bailarines del infierno. Un hilo de baba sanguinolenta le acariciaba el rostro, y no había posibilidades. Estaba muerto.
De pronto, los tres bailarines se quedaron estáticos. Un pájaro negro dio un alarido oscuro, un oscuro embrujo.
Una imagen.
Una imagen, o una pesadilla, o un sueño. Todo eso.
Gunter tenía miedo, y no sabía por qué no terminaba de morirse de una puta vez. Morir, si se agoniza, es un alivio.
La imagen se volvió nitida.
Era un gaucho, pero con cara aindiada, como él. Sus ojos relampagueaban de una forma asombrosa, como nunca había visto en su vida. El gaucho se dejo ver y se vio que traía un caballo negro, como la noche, como el miedo.
Una imagen, o una pesadilla, o un sueño. Todo eso.
Gunter miró al gaucho y lo reconoció de alguna forma. Era el primero, el antiguo, el único capaz de sacarlo de la muerte. El único capaz de terminar con la maldición de los Gamarras.
Y ese era el Rosas, que venía a decirle que para todos los demonios del infierno había un Gamarra.
Eso.
Una imagen.
Una pesadilla.
Un sueño.
Todo eso.
"No importa dónde vayas,
si te escondés,
si temés,
quién fuiste,
qué hiciste.
Eso es parte de un pasado
alejado de nuestro hoy"
Sigo el camino de tu puñal, porque sé, lo sé muy bien, no se va a volver contra mí.
Un Gamarra nunca pierde la sonrisa.