El rocío caía como una puñalada lenta en el cuerpo de los dos. El Gunter se relamió el labio, palpó con sus dedos el filo del facón. El bailarín del infierno escupió la tierra colorada y tiró su pelo hacia atras. Brillaba en la inmensa noche. La fría noche.
Gunter pensó en toda la tristeza de su alma, en Alto Paraná, en que siempre había sido un peón, un peón más, y se había tenido que acostumbrar a pelar al filo.
Cosa de hombres, cuando era entre hombres.
Pero el bailarín del infierno no era un hombre.
Lo único que un Gamarra tiene es su corazón, y con eso pelea. Por eso el Gunter se le cuadra al Juan Manuel Jerza, el bailarín del infierno, con lo único que tiene: un cuerpo cortado por la selva y el corazón destruido.